Transcripción de mi charla en Ignite Madrid #2
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Estoy en el andén de la estación
rodeado de gente. El metro se acerca por el túnel. Y de pronto un pensamiento
intrusivo me invade: tirarme a la vía. Es el pensamiento de "algo que yo
no quiero hacer" pero ese pensamiento sigue adherido como velcro a mi
mente. Y cuanto más lucho por huir de él más me posee.
Padezco Trastorno
obsesivo-compulsivo, TOC, un trastorno de ansiedad que sufrimos en torno al millón
de españoles y cuyos síntomas principales (obsesiones y compulsiones) se
confunden demasiado a menudo con ser maniático.
Mi objetivo es acabar con el estigma
para que una persona que esté sufriendo lo mismo que yo he sufrido, no se
avergüence y pida ayuda cuanto antes. Pero romper el estigma que existe alrededor de una
condición mental como esta es una tarea compleja. Y es sin ninguna duda asunto
de todos. Implica que seamos tan valientes como para no juzgar lo que aún no
hemos sido capaces de entender.
Cuando la gente piensa en un
paciente con TOC piensa en alguien que realiza rituales: quizá se lava en
exceso o chequea constantemente el gas o las luces... Y esa no es
necesariamente una imagen equivocada pero sí es desde luego una imagen
incompleta. Porque hay pacientes que no hacen ninguna de esas cosas.
Lo que sí tenemos en común es un
elemento del que se habla menos y que está en el núcleo mismo del trastorno. Es
la parte que no se ve y que provoca más vergüenza: las obsesiones.
Estos pensamientos intrusivos
altamente perturbadores conllevan a veces dudar sobre la integridad de las
personas que más quieres o sobre la propia salud más allá de límites
racionales. A veces son pensamientos que tienen que ver con la religión, con la
sexualidad o con hacerse daño a uno mismo o incluso a los demás.
Son pensamientos tan oscuros que te
hacen pensar: ¿Por qué pienso esto? ¿Soy una persona horrible? Y en ese
diálogo, nuestra ansiedad aumenta y acabamos estableciendo una relación de esclavitud
con nuestros pensamientos.
La mayor lección que he aprendido al
respecto es que no podemos controlar los cerca de sesenta mil pensamientos que
asaltan nuestra cabeza cada día. Lo sí podemos controlar no obstante es la
actitud que vamos a adoptar ante esos pensamientos.
Así que se trata de cambiar la
relación que tenemos con nuestros propios pensamientos, particularmente con este
tipo de pensamientos. ¿Pero cómo hacemos eso? Lo primero es comprender cómo
funcionan.
Las obsesiones son egodistónicas. Esto quiere decir que son lo más
opuesto a nuestro carácter. O sea que tenemos estos pensamientos porque no
queremos tenerlos porque suponen ética y
moralmente lo más opuesto a nosotros. Y es por eso que los sufrimos como una
amenaza que tratamos de hacer frente de todos los modos posibles.
"En los momentos de
ansiedad, no tratéis de razonar, pues vuestro razonamiento se volverá contra
vosotros mismos". En lugar de eso, el filósofo Émile-Auguste Chartier (Alain) recomendaba muy acertadamente
hacer flexiones o gimnasia.
Una de las tácticas que a mí me resultan más efectivas
es convertirme en un colador. Imagino que soy un colador y que
los pensamientos me traspasan y desaparecen.
En
ese proceso, los reconozco. Los etiqueto como lo que son: "pensamientos
obsesivos". Y los dejo marchar.
Es
decir reconozco mis pensamientos pero reconozco que yo no soy mis pensamientos.
Y comprendo que experimentar una obsesión horrible no me hace una persona
horrible.
La meditación ha sido de gran ayuda en este proceso de cambio en la relación con mis pensamientos.
De hecho, Jeffrey Schwartz, uno de los especialistas en TOC más reputados del mundo, confirmó la efectividad de esta herramienta en un experimento con pacientes con TOC en el que les enseñó a gestionar sus síntomas usando la meditación consciente; con esta técnica los pacientes se entrenaron en observar sus obsesiones con la parte más lúcida de ellos mismos aprendiendo a distanciarse de ellas.
Vuelvo al andén: Me veo ahí entre
los raíles hecho papilla. Pero entonces respiro. RESPIRO. Y me doy cuenta de
que solo es un pensamiento. Y de que tiene literalmente la importancia que yo
le dé.
En mi cabeza ahora solo puedo
escuchar la famosa cita de Carl Jung "Lo que
resistes, persiste. Lo que aceptas te transforma". Me meto en el vagón, dejo mi obsesión atrás y sonrío,
porque una vez más he sido transformado.